domingo, 23 de octubre de 2011

Muere Antoñete, espejo de clasicismo / ANDRÉS AMORÓS




 / ABC
Falleció ayer, a los 79 años, en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid, donde ingresó aquejado de una bronconeumonía


Muchas veces, al llegar a Las Ventas, con la ilusión de saborear, una vez más, el toreo clásico de Antoñete, he recordado la frase proverbial:«Torea, aquí, como en el patio de su casa». Ésa había sido su casa: ahí, prácticamente, se crió y comenzó a soñar con el toreo.
Nació Antonio Chenel Albaladejo en Madrid, el 24 de junio de 1934. Su infancia transcurrió en los duros años de la inmediata posguerra, junto a su tío, el mayoral de la Plaza madrileña.
Allí se vistió de luces, por primera vez, en 1949; con picadores, en 1952. Ese año toreó ya sesenta novilladas y encabezó el escalafón.
Tomó la alternativa en Castellón de la Plana el 8 de marzo de 1953, de manos de Julio Aparicio, con toros de Julio Chica. El 13 de mayo de ese mismo año la confirmó en Madrid, con toros de Alicio Pérez T. Sanchón, siendo su padriño Rafael Ortega. Pocos días después, logró un gran triunfo, en la misma Plaza, al cortar las orejas a sus dos toros de Bohórquez.

«A “Atrevido” lo amé...»

Su larga carrera se ha comparado muchas veces a un Guadiana: triunfos, cornadas, desánimos, lesiones en los huesos (su punto flaco), campañas americanas... Una efemérides especial: en 1956 estoqueó seis toros de Miura, en Palma de Mallorca.
No toreó en 1959 pero sí en 1960. Dejó de nuevo los ruedos en 1962, para volver en el 63. En el 65 obtuvo otro gran éxito, en Las Ventas, el 8 de agosto, con un toro de Félix Cameno.
El 15 de mayo de 1966 realizó su histórica faena a «Atrevido», el toro «ensabanao» de Osborne. Recuerdo su comentario: «A “Atrevido” no lo toreé, lo amé como se ama a una mujer. Cuando pasaba bajo mi mando, el placer me inundaba, temblaba por dentro, gozaba como nunca».
Alternan, esos años, los triunfos con las cornadas. Dejó de nuevo la profesión en 1971. Reapareció, sin gran éxito, en 1973. Se despidió como matador, en Madrid, el 7 de septiembre de 1975, matando seis toros de Sánchez Fabrés, García Romero y Camaligera. Le cortó la coleta Paco Parejo, su cuñado: parecía que concluía así definitivamente su carrera.
Volvió a torear en América, a fines de 1977, y los éxitos le animaron a volver a los ruedos. Esta nueva etapa fue, sin duda, la de mayor responsabilidad y plenitud artística. Con cerca de cincuenta años, Manolo Vázquez y él mostraron a los jóvenes la belleza eterna del toreo clásico, sin tremendismos, dando al toro sus distancias...
La cumbre llegó, quizá, en 1985, con dos tardes inolvidables. La primera, el 22 de abril, cuando conquistó al público sevillano, con toros de Carlos Núñez. Se había dicho que podía ser su última tarde en La Maestranza. A pesar de sus limitaciones físicas, Antonio logró, en una tarde lluviosa, una gran faena, con tres naturales irreprochables. Al día siguiente, Vicente Zabala titulaba, en ABC: «Un grito: ¡Viva la Virgen de la Paloma! Emotivo adiós a Antoñete de Sevilla».
El segundo acontecimiento tuvo lugar en Las Ventas, el 7 de junio, con toros de Santiago Martín y Garzón. Salió por la Puerta Grande, al grito enfervorizado de «¡torero, torero!» Ya había sobrepasado los cincuenta años. Escribió Ignacio Aguirre: «Toree usted con perfección técnica, pero con arte celestial. Eso, a pesar de lo que usted piense, sí es posible. Antoñete lo hizo ayer, y pongo por testigo a veinticinco mil espectadores, que salían asustados, porque muchos de ellos, sobre todo los jóvenes, no creían que el arte del toreo pudiese alcanzar cotas tan altas de perfección». Federico Jiménez Losantos enlazaba metáforas entusiastas: «Aquello no eran naturales, aquello eran escoriales, que es como a partir de ahora se llamará a los naturales del maestro Chenel. Yo no he visto torear así de bien nunca a nadie». Y Félix Grande buscaba la raíz humana de esa emoción estética: «¡Qué alegría asistir a una cosa tan seria. Porque resulta que el toreo es una de las más serias alegrías inventadas por la solemne vejez de la cultura...»

El «jodío fumeque»

Llegaron luego los vaivenes —retiradas, vueltas— que han sido constantes en su carrera. Recuerdo la tarde trágica de Burgos, en que se ahogaba, apoyaba en la barrera: el «jodío fumeque», que decía Juncal... No se resignaba a retirarse: los toros habían sido su vida entera. Y lo siguieron siendo, ya como comentarista televisivo y como impenitente aficionado, hasta el final. Hablaba poco y bajo: era también un maestro valorando los detalles de la lidia...
Tuvo siempre una clase excepcional. Era un pícaro de la posguerra que toreaba como los ángeles. Le gustaba que le recordara yo que, en uno de aquellos Festivales de Navidad que organizaba doña Carmen Polo, le dio un baño a todas las figuras, incluidos Antonio Ordóñez y Luis Miguel...
Toreando así, ¿por qué no fue, siempre, una primerísima figura? Fragilidad de los huesos, otras debilidades humanas... Pero tenía todas las cualidades que necesita un gran torero: conocimiento del toro y de la lidia, valor, arte, torería. En la memoria del corazón brillan destellos imborrables: aquella forma de doblarse con el toro, aquella media verónica, los cites de largo, dejando venir al toro, los ayudados por bajo, cargando la suerte...
Cuando se retiró definitivamente, Pepe Dominguín escribió, en forma de carta a su hermano Domingo: «Te escribo consternado: Antoñete se va. Y esto duele». Eso sentimos hoy los que tuvimos la suerte de emocionarnos con su arte.

HA MUERTO ANTOÑETE: Antoñete se corta el mechón



HA MUERTO ANTOÑETE: Antoñete se corta el mechón



FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ

22/10/2011 / Diario El Mundo
Era, en él, característico el brochazo blanco que adornaba su testuz de buen torero y blanco –albo– fue también el toro con el que cuajó, en Las Ventas, la faena que lo consagró como deidad del Olimpo de la tauromaquia.

Eso fue en un día de San Isidro, un 15 de mayo del 66. La cabeza del toro 'Atrevido', que era ensabanado, alunarado, caricárdeno, cabinero, rabicorto y botinero, acabó en la casa que el matador tenía en Navalagamella. No sé si ese edificio existe ni si el trofeo sigue allí. Tampoco puedo recordar la faena, que sólo conozco de oídas y de leídas, porque andaba yo, exiliado, en Roma.

Sí recuerdo, en cambio, al maestro fallecido, y mucho, porque salía ya en mi primera novela, 'Eldorado', escrita en 1960. Lo vi torear por primera vez ese verano, en Málaga, y un par de semanas más tarde en Vinaroz. En ambas ocasiones hizo poco. Fueron tardes tristes, melancólicas, como él era, melancólico y triste, pese a la fama de juerguista, jugador, bebedor, trasnochador y follador que, como un capote de paseo, como una montera, como un estoque no simulado, lo acompañaba.

Fumador, desde luego, también lo era, en grado sumo y hasta tal punto que ya jadeaba, se asfixiaba y acusaba visibles y audibles síntomas de bronquitis crónica cuando en 1981 empecé a escribir sobre él y, poco después, a entrevistarlo, a tratarlo y a apreciarlo no sólo como torero, sino como persona de bien, cargado de sabiduría, dignidad, honor y fuerza.

De él dije en 'Diario 16', junio del año citado, Feria de San Isidro, lo que sigue: "Antoñete es hoy –valga la redundancia– el torero más torero del escalafón, el que mejor camina, el que mejor entiende las dimensiones de los pases y, sobre todo, el único que sabe geometría pitagórica, el único que tiene cabal sentido de las distancias, de los terrenos, del ritmo y de la metafísica taurina. En su quehacer se resuelve, o se diluye, el eterno problema de la filosofía, que tiene dos pitones: el del espacio y el del tiempo".

Y en esa misma feria, poco antes, en mayo, escribí que "Antoñete mantuvo en todo momento una ejemplar actitud de torero antiguo, rancio, profundo, elegante, majestuoso, instruido, sobrio y decantado por el tiempo en barricas de puro roble. ¡Qué media verónica propinó a su segundo en el cogollo del redondel para rematar unas lances de capa! Sabía a gloria, a alfajores, a rosquillas del santo y a cante jondo del de verdad! Silencio y lentitud para una faena de las que, misteriosamente, no levantan aplausos, pero inspiran respeto. ¡En pie, señores, porque toreaba eso, un gran señor de la tauromaquia, al que incluso los peones tratan de usted!".

No era sólo un torero pitagórico, sino también cartesiano, incierto, frágil, dubitativo a más no poder… Iba y venía, llegaba y se marchaba, se retiró y reapareció muchas veces. Y otras tantas se cortó la coleta para unos meses o unos años después volvérsela a poner.

Ahora, como decía al principio, ya no lo hará. La muerte le ha segado el mechón, pero no conseguirá que desaparezca de la memoria de quienes tuvimos la fortuna de verlo torear, convertirse poco a poco en leyenda y compartir con él un par de whiskies en el bar del Wellington de Madrid, del Colón de Sevilla o del Ercilla de Bilbao.

Allí, en ese último hotel, donde dirigí durante muchos años, junto a Juan Posada, primero, y Pepe Dominguín, después, los coloquios taurinos de la Semana Grande, fue donde lo vi por última vez, y aún se me encoge el alma al recordarlo.

Tuvo que ser eso muy a finales de los ochenta o comienzos de los noventa… Venía él de torear en una plaza segundona del sur. Llegaba descompuesto, desencajado, desarbolado, derrotado. Parecía un cowboy de película de Peckinpah. Al término de aquella corrida –nos explicó a Pepe, a Agustín, que dirigía el Ercilla, y a mí, con los ojos puestos en ninguna parte– el empresario, o el apoderado, o quién fuese, se había dado el piro con el parné y lo había dejado en dique seco y sin blanca en el bolsillo. Añadió que no iba a torear al día siguiente, que no podía hacerlo, que se había acabado, que los toros y él habían roto para siempre.

No lo hizo. Toreó. Siguió haciéndolo, titubeante siempre, hasta que en 2001, con sesenta y siete años a cuestas, ahorcó definitivamente los hábitos, los arreos y los alamares de su orden sacerdotal. ¡Adiós, maestro! Alcanzaste la gloria, aquí abajo, en tardes donde muleta en mano y estoque en ristre, a pulso y con arte, valor, temple y muñeca de torería, te la ganabas para después perderla. Ahora ya la has conseguido para siempre. / Diario El Mundo de España.

sábado, 22 de octubre de 2011

Fallece Antonio Chenel "Antoñete"

Inauguramos este Blogspot con la triste noticia de la muerte del matador de toros Antonio Chenel "Antoñete".
Expresamos nuestro más sentido pésame por tan lamentable desaparición de quien ha sido uno de grandes los intérpretes de la pureza y clasicismo del arte de torear. Descanse en paz. El administrador
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El legendario torero madrileño falleció a los 79 años debido a una bronconeumonía

Madrid, 22/10/2011
Ha fallecido hace unas horas en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda (Madrid) tras tres días de lucha contra una larga enfermedad.

La capilla ardiente del "Maestro de los Ruedos" probablemente será instalada en la plaza de Las Ventas.


El extorero Antonio Chenel Albadalejo, conocido popularmente como 'Antoñete', ha fallecido a los 79 años este sábado en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid, donde ingresó este viernes aquejado de una bronconeumonía.

'Antoñete', nacido en Madrid el 24 de junio de 1932, sufría desde hace años una insuficiencia respiratoria a consecuencia de la que ha fallecido este sábado. La capilla ardiente probablemente será instalada en la plaza de toros de Las Ventas.

El matador de toros se vistió por primera vez de luces en el año 1949 en Las Ventas y tomó la alternativa en 1953 en Castellón. La confirmación la realizó en Las Ventas el 13 de mayo de 1953 con Rafael Ortega como padrino.

'Antoñete' se crió en la misma plaza de Las Ventas, donde vivió debido a su cuñado era el mayoral de la plaza. Allí aprendió todo lo que demostraría años más tarde sobre el ruedo y que había visto desde niño.

La trayectoria de 'Antoñete' se prolongó a lo largo de más de cuarenta años, con muchos altibajos, y con retiradas y reapariciones. Sin embargo, el diestro madrileño logró mantenerse entre los más grandes del escalafón, convirtiéndose en referencia de toreros.

Su leyenda comenzó a forjarse a partir de 1966 en la Feria de San Isidro, cuando realizó una memorable faena con el toro blanco de Osborne, 'Atrevido', al que le dio sesenta muletazos, y le consagró en Las Ventas.
La famosa faena de "Antoñete" al toro blanco de Osborne