sábado, 10 de diciembre de 2011

La palabra de Pepe Luis / de Aquilino Duque

EL CONCEPTO DE CULTURA ES INDISOCIABLE DEL CONCEPTO DE NATURALEZA
La palabra de Pepe Luis

Aquilino Duque..- Villamarina 
En cierta boda, celebrada no hace mucho en Londres, en el suburbio portuario de Wapping, el cura, católico anglicano, avisó que no se tomaran fotografías ni se impresionaran películas en el momento solemne en que los contrayentes intercambiaban las alianzas y él los pronunciaba marido y mujer. Ese momento, ese instante, era tan sagrado que estaba muy por encima de las técnicas de perpetuación de la imagen y sólo merecía perdurar en la memoria de cada asistente.

Estatua de Pepe Luis frente a la Puerta del Príncipe de la Maestranza de Sevilla

En una entrevista concedida al diario ABC el 15 de agosto de 1990, al cumplirse el medio siglo de su alternativa, el torero Pepe Luis Vázquez decía lo siguiente: “Queda en la televisión el recuerdo de las imágenes, pero no es la única manera de recordar, ni la definitiva… Para mí lo mejor es lo que queda en el pensamiento. Lo que no se borra; la fiabilidad de lo que uno mismo recuerda.” En otro orden de cosas, al evocar las veces que iba a La Punta del Diamante a tomar café con Chicuelo, abundaba el torero de San Bernardo: “Es que de las conversaciones queda el rescoldo, que es lo más bonito.”

En un mundo como el de hoy, sometido al imperio de la imagen, no deja de ser alentador este homenaje al pensamiento y a la memoria por parte del oficiante de un arte eminentemente visual y efímero, que al fin y al cabo debe a la fotografía y al cine una semblanza de perennidad. Y es que la técnica, en la acepción moderna, tan alejada de la clásica en que era sinónimo de arte, tiene una gran importancia siempre y cuando no pierda de vista lo ancilar y subalterno de su función. El mejor disco compacto no es capaz de transmitirnos la vibración ni la atmósfera de una sala de conciertos, y del mismo modo ni el cine ni la televisión nos transmite el ambiente indescriptible de una tarde de toros ni la gracia inefable de un sacramento. Un documental puede muy bien ser una obra de arte, pero por bien hecho que esté, siempre tendrá más valor como obra de arte que como documental, y en el ánimo de cualquiera está el uso que desde los años 30 se viene haciendo de las técnicas de comunicación para orientar y encauzar los ciegos movimientos de masas. La técnica está muy bien si se pone al servicio del arte; en cambio está muy mal si lo que pretende es suplantarlo. La técnica puede describirnos un rito o contarnos una ceremonia, pero sólo quien haya protagonizado o presenciado esa ceremonia o ese rito puede tener una idea de la gracia que en ese instante tocó algunas frentes privilegiadas. Pero es que la técnica también se utiliza muchas veces de que lo blanco es negro y viceversa, y frente a ese engaño no cabe otra defensa que la palabra de los testigos de buena fe; de los que saben de lo que hablan, no de los que hablan por hablar.

Claro está que también la palabra puede engañarnos, la palabra escrita, como nos puede engañar la pintura o la fotografía, pero es que también en la palabra escrita es perfectamente posible distinguir lo auténtico y lo falso. Por lo general, los grandes charlatanes son malos escritores, y los buenos escritores son parcos en palabras, y hay hombres parcos en palabras que dan lecciones de buen decir al escritor más pintado. En todos los ánimos está la respuesta de Juan Belmonte a Valle Inclán, y yo no estoy ahora mismo haciendo otra cosa que glosar unas breves palabras de Pepe Luis Vázquez a un periodista que lo entrevistaba.

El rescoldo que queda de las conversaciones, el recuerdo que queda de una buena faena, no se explican sin una filosofía de la vida, una filosofía que hunde sus raíces en la tierra de una cultura agraria. Por eso, hablar del toreo de Pepe Luis Vázquez, un hombre que sabe lo que conforta un rescoldo y lo que revive un recuerdo, es hablar de toda una cultura agraria, de una cultura de la tierra de la que ese toreo fue una manifestación. Ya sé que decir “cultura agraria” es redundancia, pues cultura es lo mismo que cultivo, y solemos llamar culto al hombre cultivado.

Por eso, el concepto de cultura es indisociable del concepto de naturaleza, y de naturaleza viene naturalidad, una naturalidad que el hombre de campo debe a su idea cíclica del tiempo, a esa rotación de las cuatro estaciones, a ese eterno retorno de las faenas agrícolas. La elegancia ignorándose en la naturaleza. Ese verso lapidario con el que Gerardo Diego resumía el toreo de Pepe Luis podría aplicarse al estilo con que muchos labradores andaluces se plantan ante su tierra. Pero es que hay otra cosa en la naturaleza, y es que la naturaleza no engaña, la naturaleza no hace trampa, la naturaleza es de fiar. Solem quis dicet falsum audeat?, pregunta Virgilio en sus Geórgicas. ¿Quién se atreve a poner al sol por embustero? Y alguien que predicaba el retorno a la tierra, la vuelta al campo, solía decir: “La tierra no miente.” La tierra puede ser rica o pobre, avara o generosa, pero lo cierto es que no da más que lo que promete. Y una de las cosas que da nuestra tierra española es la fiesta brava; de ahí que nadie que la ignore puede hablar con autoridad de cultura ni de cultivo. A esa cultura de la tierra es nada menos el sol el que le pone su broche de oro.

Alguna vez he dicho que es la economía lo que mejor ilustra el arte y el estilo de Pepe Luis. Nada en él fue nunca excesivo, y en él fue el arte de torear una ciencia exacta. Los que tuvimos la suerte de verlo en la plaza, tanto en sus tardes de gloria como en sus tardes de abulia, vemos en nuestro pensamiento la gracia sobria con que resolvía las ecuaciones de la lidia. Esa economía suya que, vuelvo a decir, era también economía de su persona o, dicho de otro modo, instinto de conservación, es la misma economía que luego hemos encontrado en sus palabras. “Se torea como se es”, decía Belmonte. Habría que añadir: “Se habla como se torea.” Acaso el tópico que más daño nos hace a los andaluces sea el de presentarnos, y a los sevillanos muy en particular, como chistosos y dicharacheros. No niego que haya demasiados andaluces de este tipo, de esos que dan vergüenza ajena, pero es que hay un estilo andaluz campero de hombre que para saber la hora sólo tiene que mirar la posición de las estrellas. Ese hombre es hombre de pocas palabras, pero todas son de oro, y hay en sus ademanes una elegancia natural que no se aprende ni se enseña en ningún palacio. En su poema coral Los toros, hace Agustín de Foxá decir al torero:

¿No me has visto al sembrar hacer el gesto
del pase natural, con la semilla?
¿Y en el lento ondular de los trigales
no estaba mi cintura entre verónicas?

Esa naturalidad de movimientos que sólo da el campo andaluz, se corresponde con una manera de expresarse. Por eso es la palabra, la palabra viva de Pepe Luis lo que, a los cincuenta años de su alternativa, seguía dándonos una idea cabal de lo que era su toreo.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

LOS TOROS EN LA POESÍA


El temple lo introdujo Belmonte, aunque lo consolidó Domingo Ortega, cuyo desarrollado sentido de las distancias le permitía situarse en la exacta, según las condiciones de los toros, y dejar así el engaño en la justa para que no lo prendieran. Este torero fue el que acuñó la expresión taurina tan extendida de “parar, templar y mandar”
Domingo Ortega

Domingo Ortega

La negra figura del toro se encuentra indefectiblemente unida al hombre ibérico desde tiempos primitivos. Ocres legados de firmes trazos así lo testimonian en cuevas y abrigos rocosos, donde, antes de que naciera la historia, ya se reflejó la muy particular relación mantenida con el perdido uro. Divinidad o mito, representación de fuerza y fiereza o mimada res doméstica, las diversas culturas que poblaron Iberia hicieron de esta especie su principal referencia en el mundo animal. El toro y el hombre estaban destinados a convivir y a combatir, a relacionarse, íntimamente, en un lugar que, para muchos, no es más que una extensa y curtida piel de toro.
revistaiberica.com

Cátedra del Ateneo.
El Maestro Fray Domingo
va a hacer un sutil distingo
al definir su toreo:
Cambia la aguja al correo,
para, carga, templa y manda,
y si el tren te duda y anda,
aguanta, quieto y torero
(el fraile fue cocinero)
y échatelo a la otra banda.
Gerardo Diego "Cargar la suerte"

No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.
Qué gran torero en la plaza,
qué gran serrano en la sierra,
qué blando con las espigas,
qué duro con las espuelas,
qué tierno con el rocío, qué deslumbrante en la feria,
qué tremendo con las últimas
banderillas de tinieblas.
Federico García Lorca a su amigo Ignacio Sánchez Mejías

Es más azul el cielo
para las golondrinas,
desde que juega al toro
Manolo Bienvenida.
Gerardo Diego. Versos dedicados a Manolo Bienvenida:

Ya retumba y resuena
la hueca palma y el vivaz jaleo,
cuando de pronto surge el centelleo
de un dios chaval pisando la arena...
Allá va el robinsón de las Españas,
raptor de ninfas, vengador de Europas,
sin más armas ni ropas
que un leve hatillo, incólume del río.
Gerardo Diego. Versos dedicados a Belmonte:

Un prodigioso mágico sentido,
un recordar callado en el oído
y un sentir que en mis ojos sin voz veo.
Una sonora soledad lejana,
fuente sin fin de la que insomne mana
la música callada del toreo.
Querida cuadrilla, pleguemos los capotes, despidámonos del público, y salgamos de esta
plaza sin hacer ruido.
José Bergamín (“La música callada del toreo”)

Cante y canto es el toreo:
Es cante en Rafael de Paula
Y canto en Curro Romero.
José Bergamín (“La música callada del toreo”)

Antonio Ordóñez, hondo,
Manda y cimbrea.
Va y viene el lance jondo.
La luz torea.
Gerardo Diego

LA LIDIA SE CONVIERTE EN POESÍA


El paseíllo, versos de Francisco Villaespesa:


Y cuando las cuadrillas
riman su paso
al son de un pasodoble,
vivo y sonoro,
alegre como el vino de
Andalucía,
cada traje es un iris de
seda y raso,
que a los besos de
llamas de un sol de oro
se derrite en un iris de
pedrería.


El torero va a comenzar la lidia y solicita permiso al presidente, así como lo
hacía Pedro Romero y como le cantó Nicolás Fernández de Moratín (De su poema “Vida y
Gloria de Pedro Romero”):


¡Con cuánto señorío!
¡Qué ademán varonil!¡Qué gentileza!
Pides la venia, hispano atleta, y sales
En medio, con braveza
Que llaman y alas trompas y timbales.


Comienzan los lances con la capa, al son de versos primero de Rafael Alberti (“Corrida”) y después de Claudio Rodríguez:


El torero acompaña
con el capote al viento
el raudo movimiento
del toro fiel que pasa.
Es esta sinfonía
del capote, que suena,
¿a qué? He aquí el misterio...

Tras el encuentro del toro con el caballo, momento en el que el toro puede expresar su

bravura y fiereza, llegan las coloristas banderillas con versos de Manuel Machado (“La fiesta nacional”)


Por encima
de las astas, que buscan el pecho,
las dos banderillas
milagrosamente
clavando..., se esquiva
ágil, solo, alegre,
sin perder la línea.


En el final de la lidia llega el embrujo de la muleta y la muerte certera del toro, que nos
muestra con sus versos Rafael Alberti “Corrida”:


El pase de muleta
es el arco glorioso
que al fin rinde el acoso
que la muerte sujeta.
Y cuando atravesada
siente el toro su vida,
piensa que la corrida
vale bien una espada.


EL TORO

Es la noble cabeza negra pena,
que en dos furias se encuentra rematada,
donde suena un rumor de sangre airada
y hay un oscuro llanto que no suena.
En su piel poderosa se serena
su tormentosa fuerza enamorada
que en los amantes huesos va encerrada
para tronar volando por la arena.
Encerrada en la sorda calavera,
la tempestad se agita enfebrecida
hecha pasión que al músculo no altera:
es un ala tenaz y enardecida
es un ansia cercada, prisionera,
por las astas buscando la salida.

Rafael Morales

lunes, 5 de diciembre de 2011

El Concurso de Las Ventas, tres son tres y ninguno bueno.

... OJO DE ÁGUILA, DIENTE DE LOBO Y HACERSE EL BOBO

     J. J. Sandoval
No es un módulo empresarial, ni una buena obra para defensa de la fiesta o una creación original a favor de los espectadores. Tampoco se trata de lograr tres caminos con diferentes genios para potenciar la magia del toreo, solo es una máxima de necesidad sostenida que los permita ser empresarios de Las Ventas, si Dios no nos asite, dos años por lo menos. Los portavoces no hablan claro, los del Consejo Taurino cumplen sumisos las órdenes recibidas y la comunidad de Madrid está muy interesada en que su inmueble recaude sin querer saber nada más del asunto taurino. Al fin y al cabo todo es política y somos mayoría absoluta en la Asamblea. 

Uno de los tres....

No es novedad esta fórmula para recaudar. La cobranza municipal por los puestos del Rastro nunca nos han informado de cuantos euros son y a donde van a parar. No es de extrañar que sobre el asunto del “tres en uno” para regir la primera plaza de toros del Mundo, nadie nos informe y muy pocos tienen idea clara de por qué, o por donde. Cuanto más obscuro, más “mosca” anda la afición y los mortales profesionales del sector. “Los Gs” están en el secreto y cierran filas con sus apoderados, televisionero con bigote, ganaderos acreedores y empresarios morosos. El público y los no adheridos no cuentan más que para correr con los gastos.

     Situado en la penunbra de la esquina del bar inglés, en el hotel de los líos taurinos, centro de reuniones, conciliábulos, pactos y chanchullos, escuché una conversación entre enterados de este tenebroso asunto:

- Pues la realidad es que el francés está más tieso que un bacalao, o mete la cuchara en Madrid o pueden incluso enchiquerarlo.

- Si, eso creo. Debe más dinero que Alemania en el 45.

- Cheques y pagarés, de madera, ha repartido a tutiplén. Están como moscardones alrededor de una caca intentando cobrar.

- La propiedad quiere renovar ... pero que sigan los mismos a pesar del fracaso y el descrédito que se han ganado a pulso y lo cabreado que tienen al personal. Sabíamos que no son más que empresarios de rastrojeras y que siempre han estado en compañía de otros. Con napoleoncito cuentan con el descaro y el atrevimiento que les falta y la comunidad se quita un litigante molesto. Al menos hasta que se canse de ser comparsa y se autonombre voz y mando. Madrid es la última posibilidad de sacar suficiente tajada para cubrir sus deudas con toreros poderosos, ganaderos, bancarios y demás acreedores. Sus dispendios en contrataciones de los más caros y su soberbia desmedida le han llevado a la ruina y quiere que la paguen los aficionados de Madrid.

- El segundo de abordo solamente pretende cobrar los contratos que le debe don Bernardo Bonaparte a sus matadores, vender ganado y seguir en la mandurria para contar con los Balañás lo menos posible.

- La empresa encantada de presumir, despreciar la capital de España y escapar a su escondrijo vascongado para comer, beber y sestear sin que les molesten los pedigueños mentores de toreros modestos, con la mente en blanco y que los asuntos taurinos de Madrid se solucionen solos o lo hagan otros.

     Referente al nuevo pliego de Madrid, único, opaco, otorgado por unanimidad a una gestora sin responsables directos, bendecido por los de simpre y cuestionado por los aficionados y la gente sensata. Todo está atado y bien atado, la leña para los más poderosos. Los trabajadores y los toreros modestos a esperar a la puerta de la plaza. El vulgo y la afición a pagar y callar o se les pone de cara a la pared en el pasillo, frente a la fantástica sala de exposiciones que han pagado con su dinero.

sábado, 3 de diciembre de 2011

LOS TOROS EN LA LITERATURA

TOREROS E INTELECTUALES I

TOROS Y LITERATURA

Federico García Lorca no se anduvo por las ramas a la hora de opinar sobre la fiesta de los toros, sobre la que dijo: «El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo».

Ignacio Sánchez Mejías

El gran poeta granadino era un gran aficionado y la defendió siempre de los ataques de los que la calificaban de bárbara y de inculta. A los anales de la poesía ha pasado su ‘Llanto por Sánchez Mejías’ cuando a éste lo mató el toro ‘Granadino’ en Manzanares el 11 de agosto de 1934. Ignacio Sánchez Mejías fue un torero intelectual que alcanzó más fama por sus actividades fuera de los ruedos que en ellos. Autor de varias obras teatrales, e incluso presidente del equipo de fútbol del Betis, por sus inquietudes literarias estuvo muy unido a la intelectualidad de la época y su muerte y los versos de García Lorca y también de Alberti le proporcionaron una fama que no se correspondía con sus logros delante del toro, aunque fue un torero valiente.

Rafael Alberti: torero por un día. Su amistad con muchos poetas y artistas dio margen a que Rafael Alberti viera satisfecha una de las ilusiones de su vida: la de ser torero por un día. El genial poeta portuense fue siempre un gran aficionado, pero le faltaba ‘sentirse’ torero y el 14 de julio de 1927 se vistió de luces e hizo el paseíllo en la cuadrilla de Sánchez Mejías en la plaza de Pontevedra. Como es natural, no se puso delante del toro, pero él contaba la experiencia y recordaba que «con cierto encogimiento de ombligo desfilé por el ruedo, entre sones de pasodobles y ecos de clarines».
En la obra de Alberti figuran numerosas poesías taurinas. Durante su exilio en América asistió a todas las corridas que pudo y tuvo una gran amistad con Luis Miguel Dominguín al que en Venezuela le escribió:

Vuelvo a los toros por ti,
yo, Rafael.
Por ti, al ruedo
¡Ay con más años que miedo¡
Luis Miguel.
¡Oh, gran torero de España¡,
¡Que cartel¡
que imposible y gran corrida,
la más grande de tu vida,
te propongo, Luis Miguel.
tú, el único matador,
rosa picassiano y oro;
Pablo Ruiz Picasso, el toro,
y yo, el picador.

Rafael Alberti diseñó el último traje de luces que vistió el torero madrileño e incluso pintó el cartel de una corrida que toreó en Belgrado. Y si Alberti fue torero de ocasión, el director teatral Salvador Távora lo fue de verdad y figuraba en la cuadrilla del rejoneador Salvador Guardiola en la trágica tarde en que este murió al ser cogido en el coso taurino de Palma de Mallorca.
Pero la admiración por el arte de torear y la devoción hacia determinados toreros ha sido algo consustancial no sólo en poetas y pintores, sino también en políticos. Cabe recordar la obra pictórica de Goya, un apasionado de la fiesta. Y en cuanto a políticos se cuenta que a finales del siglo pasado, en el transcurso de una recepción en el Palacio Real, Cánovas del Castillo recibía a los invitados con un saludo protocolario, hasta que llegó Rafael Guerra ‘Guerrita’, al que abrazó con efusividad y al que dedicó palabras encomiásticas. Al día siguiente, fueron a transmitirle las quejas del obispo de Madrid-Alcalá que consideraba inadecuado el recibimiento a un torero y el excepcional político malagueño le dijo: «Yo, de un plumazo, puedo hacer un obispo, ¡pero a ver quién es capaz de hacer otro ‘Guerrita’!».

Admiración por Belmonte. Juan Belmonte fue otro torero que alternó, casi desde sus comienzos, con la intelectualidad y de ello deja constancia el hecho de que en 1913, cuando todavía era novillero, la peña ‘Los 20’ le organizó un homenaje y en la convocatoria se decía: «Los apotegmas de nuestros políticos nos merecen poco crédito. Consideramos la tauromaquia más noble y deleitable, aunque no menos trágica, que la logomaquia –esto es, la política española– y a Juan Belmonte más digno del aura popular y el lauro de los selectos que a la mayor parte de los diestros con alternativa en el Parlamento». Y tomen nota de algunos de los firmantes: Valle Inclán, Pérez de Ayala, Romero de Torres, Sebastián Miranda...

Numerosas frases perpetúan, asimismo, la admiración por el arte de torear. Manuel Machado dijo en cierta ocasión que «antes que poeta, hubiera preferido ser un buen banderillero», Ortega y Gasset confesaba que «hubiera cambiado mi fama por la gloria que solo es dable a los matadores de toros». A Pérez de Ayala le hablaron de la crueldad de la fiesta y dijo aquello de «lleva usted razón, si yo fuera presidente del gobierno suprimiría las corridas de toros, pero como afortunadamente no lo soy, pues no me pierdo ni una».

Y cuando a Gerardo Diego le preguntaron que como era posible que en Santander hubiera presenciado una corrida por la mañana, otra por la tarde y una tercera por la noche, se limitó a decir: «todos los días deberían ser así». El único que se salió un poco de tono fue el Nóbel Jacinto Benavente al que le preguntaron si le gustaban los toros y respondió que «si he de ser sincero, me gustan bastante más los toreros». Don Jacinto nunca se escondió en ese armario del que dicen que salen ahora los homosexuales.

Picasso y Hemingway. Pablo Ruiz Picasso confesó en más de una ocasión que lo que más echaba en falta en su exilio francés eran las corridas de toros, aunque curaba su nostalgia asistiendo a todas las que se celebraban en Nimes, Arles y otras plazas del sur de Francia. La pinacoteca taurina del genio malagueño es abundante y entabló una gran amistad con Luis Miguel Dominguín, al que bautizó a su hija Paola. Pero lo que muchos quizá no sepan es que Picasso en 1935 sufrió una crisis y buscó refugio espiritual en la poesía, para lo que, naturalmente, se inspiró en lo taurino. y entre su obra hay que reseñar ‘Lengua de fuego abanica...’, ‘La corrida’ y ‘Recogiendo limosnas’ en la que en la que escribe:

Recogiendo limosnas en su plato de oro
vestido de jardín,
aquí está ya el torero,
sangrando su alegría entre los pliegues de la capa
y recortando estrellas con tijeras de rosas,
sacudiendo su cuerpo la arena del reloj,
en el cuadro que descarga en la plaza el arco iris
que abanica la tarde del parto.
sin dolor nace el toro,
que es el alfiletero de los gritos
que silban la rapidez de la carretera.

José Bergamín


Y de todos es conocida la pasión de Ernest Hemingway por los toros y su amistad con el Niño de la Palma, en el que se inspiró para escribir en 1932 ‘Muerte en la tarde’, aunque ya en 1927 se había ocupado del tema taurino en ‘Tarde de toros’ y posteriormente en ‘Verano sangriento’ en el que contaba la competencia entre Luis Miguel y Antonio Ordóñez, que heredó la admiración que el Nobel norteamericano sintió por su padre. También en el extranjero ha calado siempre profundamente la fiesta de los toros y así Henri de Montherlant, miembro de la Academia Francesa dedicó parte de su obra a ella. Incluso toreó vestido de luces en varias plazas francesas, en Albacete y en Burgos.

Recopilar toda la literatura taurina es tarea imposible, pero queremos dejar constancia de que a ella dedicaron parte de su obra José Bergamín (La música callada del toreo), Vicente Aleixandre (Toro, La cogida, Corrida en el pueblo, Misterio de la muerte del toro), Dámaso Alonso (Torrente de la sangre), José María Pemán (Torero vistiéndose), Jorge Luis Borge (De la diversa Andalucía), Miguel Ángel Asturias (Toro-Tumbo), Pablo Neruda (Llegada a Puerto Picasso), Rafael Duyos (El toro cinqueño), Manuel Altolaguirre (Era un dolor y Joselillo), José Antonio Muñoz Rojas (Elegía a Manolete), Gustavo Adolfo Bécquer (La corrida en Argón), Juan Ramón Jiménez (Auroras de Moguer), Alfonso Canales (Oda a Antonio Ordóñez, El toro Lázaro), Fernando Villalón, Felipe Sasone, Jean Cocteau, Nicolai Aseiev, José Carlos de Luna y Jorge Guillén que escribió:

Mi corazón, cuyo peligro adoro,
No es una mera frase cortesana:
el hombre entero afronta siempre al toro
con peligro mortal. Así se afana.

La fiesta de los toros, ¿es cultura? El poeta Federico García Lorca lo dejó bien claro.

Federico García Lorca
Conferencias
Teoría y juego del duende.
(Documento PDF)

Llanto por Ignacio Sánchez Mejías

Federico García Lorca


La cogida y la muerte


A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro, solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

La sangre derramada.
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par,
caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras
¡Que no quiero verla¡
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
!Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
!Yo no quiero verla!

Cuerpo presente.
La piedra es una frente donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y planetas.

Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.

Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.

Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve
se calienta en la cumbre de las ganaderías.

¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.

¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.

Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos;
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales.

Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo quiero que me enseñen dónde está la salida
para este capitán atado por la muerte.

Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin escuchar el doble resuello de los toros.

Que se pierda en la plaza redonda de la luna
que finge cuando niña doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los peces
y en la maleza blanca del humo congelado.

No quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!

Alma ausente
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y monjes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Fallece Diego Puerta, "Diego Valor"

Le llamaban Diego Valor

Diego Puerta Dianez nació en Sevilla el 28 de mayo de 1941, debutando en Aracena el 16 de septiembre de 1955. Se presentó en la Real Maestranza de Sevilla en 1957 y en Las Ventas lo hizo en 1958. En ese mismo año, el 29 de septiembre, tomó la alternativa en Sevilla, teniendo como padrino a Luis Miguel Dominguín y a Gregorio Sánchez como testigo y toros de Arellano. Alternativa que confirmó el 20 de mayo de 1960, siendo su padrino Manolo González y Chamaco el testigo. Entre 1960 y 1974, año en que se retiró, mató más de 3.000 toros.

1970 / Maestranza de Sevilla.- 
Diego ante un toro de Miura, "Escobero" al que le cortó las dos orejas

30 Noviembre 11 - Sevilla - Paco Delgado / la Razón.es/
Termina noviembre, el mes del luto, con una noticia no por esperada menos triste: Diego Puerta ha muerto. En la madrugada del día 30 fallecía en Sevilla, a los 71 años de edad y tras un fallo multiorgánico, el que fuera matador de toros y ganadero Diego Puerta, que arrastraba desde hacía varios años una grave enfermedad.

Diego Puerta Dianez nació en Sevilla el 28 de mayo de 1941, debutando en Aracena el 16 de septiembre de 1955. Se presentó en la Real Maestranza de Sevilla en 1957 y en Las Ventas lo hizo en 1958. En ese mismo año, el 29 de septiembre, tomó la alternativa en Sevilla, teniendo como padrino a Luis Miguel Dominguín y a Gregorio Sánchez como testigo y toros de Arellano. Alternativa que confirmó el 20 de mayo de 1960, siendo su padrino Manolo González y Chamaco el testigo. Entre 1960 y 1974, año en que se retiró, mató más de 3.000 toros.

Es, sin duda, uno de los grandes símbolos del toreo de los años sesenta del pasado siglo, una época dorada de la tauromaquia, con un par de docenas de diestros extraordinarios y un toro todavía encastado, repetidor y sin los kilos que enmascaran la falta de raza. Y entre tanto nombre de relumbrón, una terna quedó para el recuerdo y en la memoria colectiva: Puerta, Camino y El Viti. Por algo sería. Y hablamos de los tiempos de El Cordobés, Mondeño, El Pireo, Palomo, Curro Romero, Antonio Bienvenida, Gregorio Sánchez, Antoñete, Ordóñez, Chamaco...

La trayectoria torera de Diego Puerta está plagada de hechos insólitos y actuaciones heróicas. La historia de sus 1.148 paseíllos vestido de luces constituye la historia de una verdadera epopeya, narrada con mano maestra por Antonio Díaz Cañabate. Una de esas tantas tardes que por sí solas bastarían para entronizarle en el olimpo torero fue la del 30 de abril de 1960, anunciado con su primera corrida de Miura en Sevilla. Cómo sería aquella actuación en el quinto de la tarde, que cuando, desvanecido, llegó a la Enfermería el equipo médico de la Maestranza le recibió con una ovación cerrada. No se recuerda caso así.

"Hace tres horas - escribió Cañabete en ABC - que terminó esta corrida de otros tiempos. Aún estoy vibrando de una emoción que si desconocida por la mayoría de los espectadores que la sintieron en la plaza, para mí era un reverdecer de la que sentí en mi juventud. Cuando había toros de seiscientos kilos fieros y poderosos y toreros valientes como Diego Puerta, que no se impresionaban ante el poderío y la fiereza".
Representante y estandarte de la torería sevillana -su ciudad puso su nombre a una de sus calles-, a lo largo de su carrera, en la que se consolidó como una de las principales figuras de su tiempo, dejando el sello de torero tan artista como valiente -se le llamó Diego Valor- sufrió más de 50 cornadas, cuatro de ellas graves: el 21 de abril de 1963 en Barcelona; en 1972, una en Jerez de la Frontera y otra en Zaragoza y la última en 1974, también en Zaragoza, tres días antes de cortarse la coleta.

Tras su retirada se dedicó a la ganadería que había formado al poco de tomar la alternativa y durante varios años fue también empresario de la plaza de toros de Castellón.
Sirva su recuerdo de acicate y estímulo para las nuevas generaciones toreras y de bálsamo y gozo para quienes durante mucho tiempo disfrutaron de su arte, coraje, profesionalidad y valor. Fue, sin duda, un torero como pocos. / La Razón.es/

lunes, 28 de noviembre de 2011

La bufonada de Quito

La Feria de Quito y las Corridas sin Muerte


José Ramón Márquez
Madrid, 28-XI-2011
En Quito lo único que de verdad han quitado es la decencia. Eso es un pastel que se deberían haber comido los quiteños por su cuenta y razón, pero lo cierto es que han conseguido arrastrar a ese ridículo a unos cuantos toreros españoles a los que no se les han puesto bermejas las mejillas de ir a hacer el ridículo en la denominada “corrida sin muerte”, que es la paella o el arroz con leche sin arroz y la fabada sin fabes.

Enrique Ponce tiene una responsabilidad muy especial en este asunto. Si él hubiese declinado firme y amablemente su presencia en la mascarada, es previsible que un buen número de los toreros españoles que han estado allí no hubiesen comparecido. De alguna forma la presencia del Excmo. Sr. D. Enrique Ponce Martínez ha legitimado de cara a muchos apoderados el esperpento de la “corrida sin muerte”.

En el aeropuerto el de Chiva hace unas declaraciones en las que dice que él a Quito va a defender la Fiesta. Un brindis al sol, porque la fiesta no se defiende atacando su esencia, carreras ciclistas sin bicicleta, campeonato de Fórmula 1 sin autos. Pone como excusa la defensa de la Fiesta, un pretexto para ir a Quito a por la bolsa.

Ya lo decía el gran Salvador SánchezFrascuelo, a propósito de Lagartijo:

-¡Pobre Rafaé! Ha ido a acabar lo mismo que empezamos, pasando la gorra por los pueblos.

Una vez aceptada la bufonada, lo que sigue es ya más propio de un vodevil que de la tauromaquia.

Primero dijeron que para simular la ex-suerte suprema le darían al ex-matador un clavel reventón que le clavaría al toro en la espalda como símbolo de buen rollo y de que allí no pasa nada. Hubo quien propuso que en vez de un clavel se emplease un nardo, símbolo más preciso del afeminamiento de la fiesta, pero ninguna de esas opciones triunfó. Al final, como si el toro fuese unDrácula, pergeñaron la invención de simular la muerte armando al cómico encargado de esa tarea de una banderilla de plata. Acaso luego al toro, en la lobreguez del toril, también lo maten infamantemente con una bala de plata.

Bien. Pero una vez retirado el bicho para que le den el pasaporte donde nadie lo vea, como cuando se eliminaron las ejecuciones públicas, surge el gran problema de las orejas. Sabemos que el toreo de hoy día, el July nos lo ha recordado hasta la basca, no es nada si no se culmina con orejas, pero ¿cómo arrebatarle al toro vivo las orejas para que el triunfante farandulero pueda dar la vuelta al anillo? Ignoro como lo han solucionado. Lo primero que se ocurre es que le hiciesen entrega al comediante de un vale ocortycole por valor de una o dos orejas, que el beneficiario pasease el anillo exhibiendo el papelito y que retirase el apéndice una vez baleado el toro. Las reseñas, incólumes, nos hablan de que Fulano cortó (sic) una oreja y no desvelan más del prestigio.
Y luego, para que el mamarracho sea completo, el indulto. ¿Qué es hoy día una feria sin su correspondiente indulto? Bueno, pues al toro preindultado, como esas comidas que venden precocinadas, le confirmaron su condición y se volvió a la oscuridad del chiquero como sus hermanillos con un salvoconducto de la Municipalidad, a exhibir ante el de las balas de plata, de que a él no había que descerrajarle el tiro de gracia, por lo gracioso que fue en el ratito que estuvo en el ruedo.

Como estrambote final, la tontería de David Mora. Después de una fuerte voltereta que le dio uno de los preindultados, gritó enfadado: "¡El toro puede matar, pero el torero no!"

El torero puede y debe matar, que por eso se le llama “matador”. Lo que debe hacer el torero es no asistir a estas bufonadas, y así se evita tener que estar diciendo necedades.

La vergüenza de Quito

Festival Taurino-Flamenco Virgen de la Esperanza
Javier Conde es sacado a hombros de la Plaza de Belmonte




La vergüenza de Quito



Por Carlos Crivell / Sevillatoro 

Es necesario pronunciarse ante lo que está ocurriendo en Quito. Ya saben que se ha suprimido la muerte del toro en el ruedo. Después de este atentado, un grupo de diestros españoles han accedido a anunciarse en unas corridas desnaturalizadas en la que no hay suerte suprema. Ningún torero digno debería haberse prestado a esta pantomima.

Algunos opinan que es mejor que haya toros sin muerte a que no haya ni rastro de corridas. No estoy de acuerdo. La corrida de toros es la lidia y muerte de un toro. Si no hay muerte es otra cosa. Será una charlotada o lo que sea, pero que no les llamen corridas. Y quienes ostentan el título de matadores no pueden ser partícipes de este esperpento. Si Quito quiere evitar la muerte en el ruedo que celebre estos espectáculos, pero por favor que no los llamen corridas. Y los que se presten, de antemano, quedan ya marcados por actitud colaboracionista en algo degradante.

Y ya en el colmo de lo inexplicable, el ínclito Ponce aprovecha para indultar su toro cuarenta. Lo de los indultos de Ponce ya no se los cree nadie. Tanta patraña indultadota tiene su castigo. Cada vez que el valenciano indulta un toro, la gente se lo toma a pitorreo. Y aún más, Ponce llega a Lima y explica que eso de toros sin muerte no lo entiende “porque el toro merece morir en el ruedo y no de un tiro en el corral”. Pues que lo aplique y no haya sido uno de los colaboradores más señeros en la tomadura de pelo de Quito.

Otro torero colaborador ha sido David Mora. Es una pena que toreros emergentes con posibilidades se manchen en estos fangos. Ha protestado en el ruedo quiteño, pero ello no evita que también se haya prestado al juego, igual que Abellán o El Fandi.

Y luego el número penoso de ver a El Pana y a Javier Conde a hombros después de torear y no matar en un festival. Será que estas corridas sin muerte deben ser un cementerio de elefantes para los que ya son incapaces de ponerse delante de un toro serio y de ejecutar la suerte suprema como fin esencial de la corrida. Por mi parte, Quito no me ocupará ni un segundo más. Con su pan se lo coman. De lo que no tengo dudas es que este asunto les pasará factura a los que han ido a torear y no matar.
La mejor información taurina en http://www.sevillatoro.com

El mejicano El Pana es paseado a hombros por las calles del Quito colonial

LA FERIA DE QUITO: UNA IMAGEN VALE POR MIL PALABRAS

domingo, 23 de octubre de 2011

Muere Antoñete, espejo de clasicismo / ANDRÉS AMORÓS




 / ABC
Falleció ayer, a los 79 años, en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid, donde ingresó aquejado de una bronconeumonía


Muchas veces, al llegar a Las Ventas, con la ilusión de saborear, una vez más, el toreo clásico de Antoñete, he recordado la frase proverbial:«Torea, aquí, como en el patio de su casa». Ésa había sido su casa: ahí, prácticamente, se crió y comenzó a soñar con el toreo.
Nació Antonio Chenel Albaladejo en Madrid, el 24 de junio de 1934. Su infancia transcurrió en los duros años de la inmediata posguerra, junto a su tío, el mayoral de la Plaza madrileña.
Allí se vistió de luces, por primera vez, en 1949; con picadores, en 1952. Ese año toreó ya sesenta novilladas y encabezó el escalafón.
Tomó la alternativa en Castellón de la Plana el 8 de marzo de 1953, de manos de Julio Aparicio, con toros de Julio Chica. El 13 de mayo de ese mismo año la confirmó en Madrid, con toros de Alicio Pérez T. Sanchón, siendo su padriño Rafael Ortega. Pocos días después, logró un gran triunfo, en la misma Plaza, al cortar las orejas a sus dos toros de Bohórquez.

«A “Atrevido” lo amé...»

Su larga carrera se ha comparado muchas veces a un Guadiana: triunfos, cornadas, desánimos, lesiones en los huesos (su punto flaco), campañas americanas... Una efemérides especial: en 1956 estoqueó seis toros de Miura, en Palma de Mallorca.
No toreó en 1959 pero sí en 1960. Dejó de nuevo los ruedos en 1962, para volver en el 63. En el 65 obtuvo otro gran éxito, en Las Ventas, el 8 de agosto, con un toro de Félix Cameno.
El 15 de mayo de 1966 realizó su histórica faena a «Atrevido», el toro «ensabanao» de Osborne. Recuerdo su comentario: «A “Atrevido” no lo toreé, lo amé como se ama a una mujer. Cuando pasaba bajo mi mando, el placer me inundaba, temblaba por dentro, gozaba como nunca».
Alternan, esos años, los triunfos con las cornadas. Dejó de nuevo la profesión en 1971. Reapareció, sin gran éxito, en 1973. Se despidió como matador, en Madrid, el 7 de septiembre de 1975, matando seis toros de Sánchez Fabrés, García Romero y Camaligera. Le cortó la coleta Paco Parejo, su cuñado: parecía que concluía así definitivamente su carrera.
Volvió a torear en América, a fines de 1977, y los éxitos le animaron a volver a los ruedos. Esta nueva etapa fue, sin duda, la de mayor responsabilidad y plenitud artística. Con cerca de cincuenta años, Manolo Vázquez y él mostraron a los jóvenes la belleza eterna del toreo clásico, sin tremendismos, dando al toro sus distancias...
La cumbre llegó, quizá, en 1985, con dos tardes inolvidables. La primera, el 22 de abril, cuando conquistó al público sevillano, con toros de Carlos Núñez. Se había dicho que podía ser su última tarde en La Maestranza. A pesar de sus limitaciones físicas, Antonio logró, en una tarde lluviosa, una gran faena, con tres naturales irreprochables. Al día siguiente, Vicente Zabala titulaba, en ABC: «Un grito: ¡Viva la Virgen de la Paloma! Emotivo adiós a Antoñete de Sevilla».
El segundo acontecimiento tuvo lugar en Las Ventas, el 7 de junio, con toros de Santiago Martín y Garzón. Salió por la Puerta Grande, al grito enfervorizado de «¡torero, torero!» Ya había sobrepasado los cincuenta años. Escribió Ignacio Aguirre: «Toree usted con perfección técnica, pero con arte celestial. Eso, a pesar de lo que usted piense, sí es posible. Antoñete lo hizo ayer, y pongo por testigo a veinticinco mil espectadores, que salían asustados, porque muchos de ellos, sobre todo los jóvenes, no creían que el arte del toreo pudiese alcanzar cotas tan altas de perfección». Federico Jiménez Losantos enlazaba metáforas entusiastas: «Aquello no eran naturales, aquello eran escoriales, que es como a partir de ahora se llamará a los naturales del maestro Chenel. Yo no he visto torear así de bien nunca a nadie». Y Félix Grande buscaba la raíz humana de esa emoción estética: «¡Qué alegría asistir a una cosa tan seria. Porque resulta que el toreo es una de las más serias alegrías inventadas por la solemne vejez de la cultura...»

El «jodío fumeque»

Llegaron luego los vaivenes —retiradas, vueltas— que han sido constantes en su carrera. Recuerdo la tarde trágica de Burgos, en que se ahogaba, apoyaba en la barrera: el «jodío fumeque», que decía Juncal... No se resignaba a retirarse: los toros habían sido su vida entera. Y lo siguieron siendo, ya como comentarista televisivo y como impenitente aficionado, hasta el final. Hablaba poco y bajo: era también un maestro valorando los detalles de la lidia...
Tuvo siempre una clase excepcional. Era un pícaro de la posguerra que toreaba como los ángeles. Le gustaba que le recordara yo que, en uno de aquellos Festivales de Navidad que organizaba doña Carmen Polo, le dio un baño a todas las figuras, incluidos Antonio Ordóñez y Luis Miguel...
Toreando así, ¿por qué no fue, siempre, una primerísima figura? Fragilidad de los huesos, otras debilidades humanas... Pero tenía todas las cualidades que necesita un gran torero: conocimiento del toro y de la lidia, valor, arte, torería. En la memoria del corazón brillan destellos imborrables: aquella forma de doblarse con el toro, aquella media verónica, los cites de largo, dejando venir al toro, los ayudados por bajo, cargando la suerte...
Cuando se retiró definitivamente, Pepe Dominguín escribió, en forma de carta a su hermano Domingo: «Te escribo consternado: Antoñete se va. Y esto duele». Eso sentimos hoy los que tuvimos la suerte de emocionarnos con su arte.