El temple lo introdujo Belmonte, aunque lo consolidó Domingo Ortega, cuyo desarrollado sentido de las distancias le permitía situarse en la exacta, según las condiciones de los toros, y dejar así el engaño en la justa para que no lo prendieran. Este torero fue el que acuñó la expresión taurina tan extendida de “parar, templar y mandar”
Domingo Ortega
Domingo Ortega
La negra figura del toro se encuentra indefectiblemente unida al hombre ibérico desde tiempos primitivos. Ocres legados de firmes trazos así lo testimonian en cuevas y abrigos rocosos, donde, antes de que naciera la historia, ya se reflejó la muy particular relación mantenida con el perdido uro. Divinidad o mito, representación de fuerza y fiereza o mimada res doméstica, las diversas culturas que poblaron Iberia hicieron de esta especie su principal referencia en el mundo animal. El toro y el hombre estaban destinados a convivir y a combatir, a relacionarse, íntimamente, en un lugar que, para muchos, no es más que una extensa y curtida piel de toro.
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El Maestro Fray Domingo
va a hacer un sutil distingo
al definir su toreo:
Cambia la aguja al correo,
para, carga, templa y manda,
y si el tren te duda y anda,
aguanta, quieto y torero
(el fraile fue cocinero)
y échatelo a la otra banda.
Gerardo Diego "Cargar la suerte"
al definir su toreo:
Cambia la aguja al correo,
para, carga, templa y manda,
y si el tren te duda y anda,
aguanta, quieto y torero
(el fraile fue cocinero)
y échatelo a la otra banda.
Gerardo Diego "Cargar la suerte"
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.
Qué gran torero en la plaza,
qué gran serrano en la sierra,
qué blando con las espigas,
qué duro con las espuelas,
qué tierno con el rocío, qué deslumbrante en la feria,
qué tremendo con las últimas
banderillas de tinieblas.
Federico García Lorca a su amigo Ignacio Sánchez Mejías
Es más azul el cielo
para las golondrinas,
desde que juega al toro
Manolo Bienvenida.
Gerardo Diego. Versos dedicados a Manolo Bienvenida:
Ya retumba y resuena
la hueca palma y el vivaz jaleo,
cuando de pronto surge el centelleo
de un dios chaval pisando la arena...
Allá va el robinsón de las Españas,
raptor de ninfas, vengador de Europas,
sin más armas ni ropas
que un leve hatillo, incólume del río.
Gerardo Diego. Versos dedicados a Belmonte:
Un prodigioso mágico sentido,
un recordar callado en el oído
y un sentir que en mis ojos sin voz veo.
Una sonora soledad lejana,
fuente sin fin de la que insomne mana
la música callada del toreo.
Querida cuadrilla, pleguemos los capotes, despidámonos del público, y salgamos de esta
plaza sin hacer ruido.
José Bergamín (“La música callada del toreo”)
Cante y canto es el toreo:
Es cante en Rafael de Paula
Y canto en Curro Romero.
José Bergamín (“La música callada del toreo”)
Antonio Ordóñez, hondo,
Manda y cimbrea.
Va y viene el lance jondo.
La luz torea.
Gerardo Diego
Cante y canto es el toreo:
Es cante en Rafael de Paula
Y canto en Curro Romero.
José Bergamín (“La música callada del toreo”)
Antonio Ordóñez, hondo,
Manda y cimbrea.
Va y viene el lance jondo.
La luz torea.
Gerardo Diego
LA LIDIA SE CONVIERTE EN POESÍA
El paseíllo, versos de Francisco Villaespesa:
Y cuando las cuadrillas
riman su paso
al son de un pasodoble,
vivo y sonoro,
alegre como el vino de
Andalucía,
cada traje es un iris de
seda y raso,
que a los besos de
llamas de un sol de oro
se derrite en un iris de
pedrería.
El torero va a comenzar la lidia y solicita permiso al presidente, así como lo
hacía Pedro Romero y como le cantó Nicolás Fernández de Moratín (De su poema “Vida y
Gloria de Pedro Romero”):
¡Con cuánto señorío!
¡Qué ademán varonil!¡Qué gentileza!
Pides la venia, hispano atleta, y sales
En medio, con braveza
Que llaman y alas trompas y timbales.
Comienzan los lances con la capa, al son de versos primero de Rafael Alberti (“Corrida”) y después de Claudio Rodríguez:
El torero acompaña
con el capote al viento
el raudo movimiento
del toro fiel que pasa.
Es esta sinfonía
del capote, que suena,
¿a qué? He aquí el misterio...
Tras el encuentro del toro con el caballo, momento en el que el toro puede expresar su
bravura y fiereza, llegan las coloristas banderillas con versos de Manuel Machado (“La fiesta nacional”)
Por encima
de las astas, que buscan el pecho,
las dos banderillas
milagrosamente
clavando..., se esquiva
ágil, solo, alegre,
sin perder la línea.
En el final de la lidia llega el embrujo de la muleta y la muerte certera del toro, que nos
muestra con sus versos Rafael Alberti “Corrida”:
El pase de muleta
es el arco glorioso
que al fin rinde el acoso
que la muerte sujeta.
Y cuando atravesada
siente el toro su vida,
piensa que la corrida
vale bien una espada.
EL TORO
Es la noble cabeza negra pena,
que en dos furias se encuentra rematada,
donde suena un rumor de sangre airada
y hay un oscuro llanto que no suena.
En su piel poderosa se serena
su tormentosa fuerza enamorada
que en los amantes huesos va encerrada
para tronar volando por la arena.
Encerrada en la sorda calavera,
la tempestad se agita enfebrecida
hecha pasión que al músculo no altera:
es un ala tenaz y enardecida
es un ansia cercada, prisionera,
por las astas buscando la salida.
Rafael Morales
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